Un día fui Alice

Un día fui Alice a falta de no poder ser algo más y no me enorgullezco ni me arrepiento. 

A mis 13 años llegué por primera vez a Montpellier. Extirpada de mi realidad de ecuatoriana de clase media, disfrazada de pequeñoburguesa, mi scouting de esa parte del mundo fue largo y doloroso. 

No le caí bien a nadie en el cole, nunca llegué a algo que se asemejase a integrarme. Para mi yo adolescente, lo único peor que el hecho de que hablen mal de mí a mis espaldas era que ni siquiera se tomaran la molestia de esconderse. Llamarme Alice les permitía a mis diabólicas colegas hablar de mí en mi presencia. Me acostumbré al cabo de poco; ni bien lo hice, empezaron también a hablar bien, sin jamás llegar a ser mis amigas.

Años después conocería a la verdadera Alice – también un pseudónimo – pero en la pareja de tres la llamábamos así, más que por su verdadero nombre. Mucho después de dar por terminada aquella experiencia melodramática de mi primera relación no monógama, me di cuenta de que también he sido Alice. Después de la sorpresa, la decepción fue enorme. 

No he vuelto a hablar con Alice, se volvió totalmente obsesiva con la idea de que le quitaría a su chico y no hubo poder humano capaz de convencerle de lo contrario. A él, por supuesto que lo apreciaba pero como a ese mejor amigo del cole que nunca dejaste de querer a pesar de no verle 15 años. A ella no le quería, le tenía una especie de devoción desmedida, malsana e imposible de aterrizar en la realidad. En ese momento no sabía amar de otra forma que inhalando cada suspiro suyo.

Con mi yo de mis 14, la nefasta Alice, he vuelto a hablar, primero para reconocer todas las hostias que se pegó y luego para agradecerle porque pagué mi novatada/desadaptación/ignorancia lingüística muy pronto, lo cual me ha permitido transitar este planeta con más o menos fluidez y a la vez ser una marginal en todo lado, por falta de convicción para pertenecer volitivamente a una especie que se auto-aniquila, mientras elimina también todo por lo que valdría la pena vivir: la vulnerabilidad, la ternura.

No sé qué diría Lewis Carroll ante esta situación, me encantaría revivirle y preguntárselo pero no cometeré tal atrocidad. Alice está bien dónde está aunque debo reconocer mis ganas cada vez mayores de ver qué hay del otro lado del espejo.

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