Los griegos vivían por y para el hedonismo, no sólo en cuanto a la comida o al sexo; además, se importaban perfumes egipcios; luego, los romanos compraban toneladas de materia prima aromática para la fabricación de un perfume sólido con el que ungían hasta a los caballos de sus soldados. Algunos historiadores afirman que esta es una de las causas de la caída del Imperio: preferían andar untándose fragancia que guerreando. También elaboraron el aroma mejor logrado del Imperio, para el Rey de Esparta, con 27 ingredientes, incluido el bálsamo de Judea. Tal complejidad resulta imposible de reproducir hoy. Lo que sí se reproduce con vehemencia es la gula: una vía directa al Olimpo. Comer, beber, follar a voluntad y más.
¿A qué primer humano, maravilloso y enfermo le debe esta especie el exceso?
Los animales parecen más sabios en esto aunque existirá el caso particular de una rata que se comió tanto a otras que murió de empacho, a lo Seven. En el mundo animal parece siempre justificada la gula, las ratas se pueden volver caníbales ante la falta de espacio mientras que un humano es capaz de ingerir grandes cantidades de todo, a sabiendas de lo perjudicial que le resulta. ¿O se tratará de pura pulsión de muerte disfrazada de disfrute? Acá hay dos cosas: la primera condición para la gula es, seguida de la falta de apetito, el disfrute. Hay una falla en la especie, me parece, para, independientemente de necesitarlo o no, igual gozarlo.
Luego, está la consciencia total de estar cometiendo de gula, por lo tanto, viene la culpa. Si la iglesia no la hubiese prohibido tan pronto, no tuviera el peso histórico, la gravedad apabullante de comer demasiado. A más del daño que me causa, realmente a nadie – peor a los viejos pedófilos del Vaticano – le importa que me atragante; pero les importa, tanto que en 2004 Lionel Poilâne y sus amigos, redactaron una súplica al Papa para quitarle a la gula de la lista de pecados capitales. Tenían que ser franceses, además conservadores, para necesitar el visto bueno de los más glotones de todo este circo. Felizmente la mayoría pecamos impunemente, sin tener que estar enviando comunicados – igual me parce fantástica la iniciativa y dio lugar a un debate que le situó a la gula como la hermana menor mimada de todos los pecados capitales – y aunque la iglesia haya establecido claramente que este vicio se trata sobre comida únicamente, tengo ganas de proponer una libertad de gula en cuanto a todos los excesos como protesta histórica. Me refiero a practicar algo hasta sentirse habitado, sea por la danza, la meditación, la palabra, la comida o el amor. Ir hasta el fondo de esto, vivirlo, transitarlo, convertirme, de alguna forma, en Eso, sin pretensión alguna, más bien rendirme. Quizás ese sea un propósito de esta existencia tan limitada: eliminar la barrera entre el objeto de maravillamiento y el – lo que creo – ser. Me reconforta mucho la idea que quizás soy un poco lo que me gusta y viceversa. Más allá del hedonismo, creo fundamental experimentar seguido el exceso porque un cuerpo al que se le ha dado mucho de algo, en forma de consumo o de práctica, es de por si un cuerpo subversivo al que le cuesta lidiar con límites, por tanto, un cuerpo difícil de controlar.
Sin duda este discurso viene desde mis privilegios, de un cuerpo que ha dormido demasiado tras haberse bebido hectáreas de vino para acompañar los mejores manjares, en noches de lujuria. Solo un porcentaje bajísimo de la población puede hablar en estos términos, la situación de supervivencia no da para pajas mentales de gozo y exceso pero sin ser egoístas ni megalómanos podemos, de vez en cuando, excedernos, compartir algún tipo de gula, gulas en plural, ojalá se multipliquen como peces. Ojalá crezca el club de gozadores, no necesita grandes inversiones ni títulos nobiliarios.