Cada vez que pensaba en ello enloquecía.
Su cara no era una cara normal, mas bien se parecía a la de un amigo muy antiguo del barrio, cuyo destino se perdió en el 1985, cuando oíamos Spinetta y aún no sabíamos que el fracaso civilizacional era inminente.
En ese tiempo el dolor era un poco como la China: sabíamos que existía pero era casi irreal.
Treinta años después las ausencias lo han invadido todo. Podría decir que estoy vacío pero desayuno y ceno con mis fantasmas. No hay espacio en mi cotidiano que no contenga un pedacito de pasado. Decidí irme a vivir lejos de toda la gente que quiero. Ahora estoy preso en la distancia. No porque el exilio sea auto-inflingido es menos doloroso.
La última vez se quemó todo el orgullo como en una feria de invierno. La hoguera ardió por días, dejando a cualquiera asustado. Fue demasiado fuego, demasiado tiempo, demasiadas llagas y llamas. Luego solo demasiadas cenizas. No existe ningún manual que indique qué hacer con ellas. Los días transcurren entre fantasmas cenicientos o algún tipo de sombra, en forma de nube. ¿Qué nos queda sino hacer una cartografía de fantasmasnubes, de todas las notas perdidas, de las pérdidas no consentidas pero sentidas hasta la médula?
Trabajaba en el huerto cada mañana. Sonaba su despertador a las 4:27. Luego de 5 minutos se levantaba, hacia el café, iba al baño y por último se vestía. No había nada especial en su rutina, en su vida, excepto su constancia. No perdía ni un día. Ya perdió demasiados, tuvo demasiado miedo y estaba harto de vivir paralizado, así que se sacudió y salió al sol de invierno.
Dejó en alcohol, abandonó la vieja fantasía de mágicamente convertirse en Bukowski por las hectáreas de espirituoso ingeridas o ser cliente de un cantidad ingente de prostitutas.
Recordó sus días de resistencia, cuando no tomaba nada de lo que decía su madre en serio. Cepillarse los dientes una vez al mes fue su primer acto de rebeldía. Tenía 7 años. Luego, a los 15, se rehusaba a ponerse cualquier prenda de ropa que no fuera marrón (no hay peor color que el marrón), por tibio: no lo suficientemente osado para ser negro ni lo suficientemente vainilla para ser beige, exactamente como la mierda.
Cuando bastante joven ya sabía de las cosas duras del mundo. Tenía espíritu crítico con todo a su rededor. No dejaba pasar nada por alto. Opinaba mismo sin ser consultado. Así había funcionado siempre en casa y con sus amigos: tenía un ego arrogante, incapaz de contenerse. Quienes le frecuentaban, hacían como oír llover pero los nuevos conocidos le querían dejar sin dientes, hasta que su encanto natural emergía entre tanta verborrea, salvo cuando se ponía a hablar de la guerra y defendía a Israel.
Se acordaba de su buen amigo de infancia, un enano israelí con quien creció de los 5 hasta los 12 años. Eran inseparables. Sus padres no lo entendían, aquella amistad iba en contra de sus religiones y principios pero era bella.
Habrá que redefinir la belleza: para algunos es el relámpago y su grito. Para mí es el agua que azota enfurecida la roca o su incisivo roto cuando sonríe para no llorar o mientras llora.
Sonríe porque en este mundo no hay mas espacio para la sonrisa. Este acto subversivo, junto con sus lecturas, me hicieron construir mi lugar a su lado. Dejé de buscar.
Decidí ir a la cafetería a tomarme un té. Solo me gustan los de color rojo o amarillo. En esta puta ciudad solo hay té verde. La peor decisión del día. Me tomo un whisky entonces, ayuda a dormir.
Las sombras, las cicatrices y hasta los tatuajes dejaron de ser un caparazón potente. Ahora solo tenía dos opciones: dormir o enfrentar la realidad.
Dormir trae confort para el cuerpo pero destroza el cerebro. Vivir en un estado onírico cuando despierto y de brutal realidad cuando uno duerme es casi como ir a la guerra, una sensación muy conocida.