Yo, dependiente

A los 19 tuve mi primer trabajo, era impulsadora de una marca de shampús de mierda, en la tienda de un mercado. Entendí que no quería trabajar de eso pero conocí la independencia económica. Es una droga, desde entonces, cada día que no estoy ganando pasta, lo vivo como un fracaso. Me declaré independiente aunque no autónoma, al poco tiempo fui ambos, después de poco, me largué, muy lejos, demasiado tiempo. Muy joven busqué ser dependiente del cigarrillo y entre las graduaciones, salidas, despechos, no sabía pasar una noche fuera sin beber. A la par, me fui volviendo adicta a estar con alguien: mi bienestar dependía en gran medida de estar en pareja y/o tener amantes.

El peligro de este largo historial es cómo estuvo encubierto por mi rol de Wonder Woman: Cuando a las 24 cruzas el charco y al poco tiempo comienzas a trabajar, te crees invencible, te lo hacen creer desde allá. – re –  Construirse lejos es un quehacer tan necesario como desgarrador y cuando se es muy joven, en el camino de abandonar la casa, unx puede llegar a pensarse independiente, sin saber el auto-engaño supremo que esto supone.

Antes de llegar a España, mis antecedentes de dependencia ya eran consecuentes; en Barcelona no ha mejorado: volví a ser dependiente económicamente de mi familia, mi dependencia emocional hacia los que están lejos se ha vuelto evidente; salvo que ahora dependo impunemente de los cercanos también, desde para comer carne – fui vegetariana ocho años –, después, para comer a secas. Ahora dependo de mi chica hasta para dormir.

Me declaro dependiente, nada suficiente, nada fuerte sola; y a la vez, siento una completud que se parece a la paz, un estar lleno pero no pesado, como si en la Tierra ya no existiera gravedad ni falta. Por supuesto que no me avergüenzo, más bien me complazco por haber ido al fondo de esta certeza que luchaba por no confesarme a mí misma: solx se es inútil, no se tiene la fuerza ni el sentido ni la inteligencia. Cualquier proceso significativo será colectivo. Los más brillantes saltarán: ¡estás minimizando los procesos individuales! Con todo el respeto que te mereces, gran pensador contemporáneo, me atrevo a asegurarte que ningún proceso social significativo ha tenido como motivación que tu mujer por fin se haya largado con su amante, que te hayan botado del trabajo o que hagas yoga cada mañana y si has necesitado de mí para tomar consciencia de esto, deberías preguntarte hasta qué punto tu existencia es o no esencial para el planeta. Asumí que la mía no lo es en absoluto, si acaso, le estorbo a la Tierra: aporto cada día a un sistema violento, abusivo e insaciable, asquerosamente seguro de sí mismo y profundamente hipócrita.

No le sirvo al planeta y muchos, demasiados días tampoco me sirvo a mí misma.

Mas, cuando tengo una función en un grupo conformado por otres como yo: insatisfechos, iracundos, con ojo de lince para partir hasta la última piedra de esta realidad, algo en mí por fin descansa. Le veo a mi tribu y creo que otro mundo es posible, vuelvo a tener fe, me emociono, celebro aunque nuestros planes de cambio se vean frustrados o no tengan el alcance deseado; el hecho de sentarnos alrededor de un vino, oírnos, abrazarnos, es un gran plan en sí.

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