De pequeña me preocupaba mucho a qué me dedicaría al hacerme adulta. Solía mirarme las manos con gran intención. Me veía las palmas e indagaba: “¿manos de qué son?”. De pianista, me parecía que podrían ser, mis dedos son largos. Me gustaría tener talento musical pero no lo encontré. Luego estaban mis intereses reales: animales, deportes, lego, el entretenimiento, etc. “Las manos que cuidan de los animales pueden ser grandes o pequeñas, poco importa”, pensaba. Era una opción. Para los deportes, sí, el tamaño y tipología quizás ayudaría a tener un mejor desempeño.
A los 11 años me metí en la cabeza que sería jugadora de volley de playa. Tenía las manazas para ello, parecía cierto. Pero tampoco resultó, los pies no crecieron en la misma proporción y acabé con una talla 40 para 1,80 m.; para montar legos, mis manos grandes no me ayudaban especialmente — ni para alguna manualidad, hasta la fecha —. Ojalá se pagara por montar legos. Creo que aun con mis manazas me atrevería. Lo del entretenimiento es muy amplio: no son lo suficientemente grandes para entrar en un circo humano, ni para hacer malabares o dibujar poco más que monigotes de palito.
El tiempo pasa y al final te decides por algo — o lo intentas —, y aún me encuentro, de tiempo en tiempo, mirándome las palmas de las manos en busca de alguna respuesta.